lunes, 22 de junio de 1998

Capítulo III. Sus sombras se besaron



El ensordecedor estruendo de las olas al golpear las rocas despertó sus pasiones.


Paseaban plácidamente a la luz de la luna como unos enamorados cualesquiera, buscando la complicidad entre las rocas. Recorriendo ante la muralla que separaba la bravura del mar del susurro de un amor incomprendido.
Sus cuerpos se reflejaron en la roca, y la sombra de sus labios se unieron con disimulo, brindando a la noche dejar huella en su recuerdo de aquel momento.



Amaramares
22/08/1998

domingo, 7 de junio de 1998

Capítulo II. Un espejo rompió el hechizo


La noche fluía con rapidez, hasta que de pronto... sonaron las campanas de medianoche y ellas dos se encontraron frente a un espejo y el hechizo se desvaneció.


Cayó sobre mí el peso de la dura realidad aprisionándome. No podía respirar, mientras el aire entraba por la ventanilla apagando el calor de la noche, y mi cabeza intentaba encontrar argumentos para retenerla. Mi cenicienta quería volar, salió llorando pero sin evitar desplegar las alas... y dejarme a mí atrás en mi soledad. Yo me quedé pegada a la tierra, por mucho que quisiera seguir volado el gran peso de mi cuerpo y de mis años me lo impedían.

La fuerza de la esperanza y mi resistencia a resignarme me permitieron volar más tarde hasta ella. La encontré en una nube que acunó de nuevo nuestro calor.

En alfombra mágica nos deslizamos entre las nubes sobre el mar, hasta posarnos en los acantilados. El horizonte fue testigo de la grandeza de la ternura y, perdidas en la inmensidad de los mares, nuestros corazones se reencontraron.




Amaramares
07/06/1998

sábado, 6 de junio de 1998

Capítulo I. El rompeolas



Era una noche de verano, si no recuerdo mal con luna llena. Una atracción magnética, un nudo en el estomago, una sonrisa y el sabor a felicidad.


La incertidumbre y el impulso de llevar a cabo un sueño. La comodidad de estar con alguien, que aunque la conocía hacia menos de una semana, me desbordaba. Me sentía como en una canoa por unos rápidos, y a pesar de la velocidad no sentía vértigo. Flotábamos a la luz de la luna sintiendo una paz interior desconocida... un amor saliendo a borbotones nos unía con desconcierto. ¿Cómo podía estar ocurriendo aquello?.

Al día siguiente desperté radiante, una aureola me envolvía dejando huella por donde pasaba, huellas color púrpura que resplandecían en la noche. Mis amigas me sonreían con complicidad, y se sentían orgullosas de verme tan feliz, como si ellas hubieran contribuido en algo, como si aquello no solo me estuviera ocurriendo a mí.

Volvía a vivir y a sentir...


Amaramares
06/06/98