miércoles, 14 de abril de 1999

Capítulo VII. Un hogar para tres




Llevaba unos peluches en su mochila, estaban heridos y él quería curarlos. Corría, saltaba en el jardín y sonreía con sorpresa, ¿por qué al fin a su mamá le brillaban los ojos?


Una chica vestida de verde le ayudó a vendar a sus animalitos. ¿Acaso aquella mujer podía curarle? Se acercó a ella y la abrazó, su madre se acercó y él con ojos de felicidad se agarró a las dos. Las lágrimas de aquellas dos mujeres empaparon sus mejillas rojas, y un lazo de amor los unió a los tres.
Domingo por la mañana, unos rayos de sol entran por la ventana. Dos cuerpos desnudos comparten su calor después de una noche relajada. En la puerta de la habitación asoman unos ojos redondos, miran pidiendo permiso para acercarse. Se sube a la cama y se acurruca entre las sabanas. Huele a amor de medianoche endulzado con aroma de bebe. Se ríen compartiendo complicidad.
Café recién hecho y tostadas de azúcar y canela. Sentados en el sofá, él las abraza preguntándose si ha encontrado a su familia.


Amaramares
15/04/1999