martes, 8 de agosto de 2000

Capítulo VIII. Un acantilado sin nubes




Al sol y sobre la arena pensé en ella. Una vez más el verano nos separaba, una distancia mantenida con el anhelo de que en pocos días volveríamos a aquellos acantilados que fueron testigo de nuestro amor unos años atrás. Pero no, una vez más la sombra de las dudas mezcladas con sabor a libertad se interpusieron entre nosotras. Ante mi se abrió el abismo del vacío y la impotencia des controlada por la pérdida de otra oportunidad de caldear de nuevo nuestro fuego.

Giré lentamente sobre mí perdiendo la vista en el horizonte, una inmensa playa plana sin acantilados y sin nubes donde posarse. Pájaros, estrellas y el amanecer... quise que un saco de dormir fuera mi cómplice, mezclando el calor de nuestra piel... el calor que ella tanto echaba de menos.


Amaramares
08/082000

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